Esta vez sí, venían mejor preparados con caballos, ganado y elementos de labranza…
Mención especial merece Ana Díaz, que fue la única fundadora, (guapa la Doña, que se animó a venir sola sin la “excusa” de ser “la madre ó la esposa de” ), y a quien se le otorgó el solar de la esquina de Av. Corrientes y Florida.
El día 11 de Junio de 1580, Garay funda la “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires”. Y ahora sí, con toda la pompa y la ceremonia como correspondía a tamaño acontecimiento, invocando a la Virgen y a los Santos, nombra Cabildo, cuelga el Rollo de la Justicia (que ya desde aquellos tiempos era todo un rollo), saca la espada, la revolea en nombre del Rey y de todos los demás (“vivos” que se quedaron en su casa, mientras él hacía el trabajo sucio), y da comienzo al trazado de la ciudad y a la "repartija".
Se decide mantener el nombre del Puerto, mientras que a la ciudad se la llama “De la Trinidad”. Quizás porque la nave capitana había anclado en el río el día 29 de Abril, fecha que conmemoraba dicha festividad… (pero vaya uno a saber…)
Hacia 1716 y a pedido de un “Buen Vecino” (que siempre los hubo) y como recompensa por “los sacrificios, penurias, privaciones, invasiones”, en fin… por todas las desgracias que debió soportar la ciudad (motivos por los que, dado el caso, hasta el día de hoy merecerían premiarse), se le concede por Cédula Real un título, con lo que pasaría a llamarse “Muy Noble y Muy Leal Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires”.
(Y con esto se confirma el porqué no hay que poner nombres largos, ni a los hijos que terminan, a la larga, siendo “Gra”, “Flor” o “Ale”; ni a las ciudades, quedó Buenos Aires ó simplemente Baires).
Y qué fue de Don Garay?...
Cuatro años después, con “la casa en orden”, y sin haber logrado dar con la legendaria “Ciudad de los Cesares”, (sabido es, que en su afán de volverse rico, el ser humano es capaz de cualquier cosa, por más estúpida e irrealizable que parezca… Dinero!!! Vil Metal!!!), se embarca hacia Santa Fe, por el Río Paraná.
Confiado, seguro de sí y creyendo tener “atemorizados y controlados” a los indígenas (cierta subestimación por los naturales flotaba en el aire), decide pernoctar a la vera del río, al aire libre, bajo las estrellas…
Bien se ve cuanto le temían estos "salvajes indios", que ni bien cerró los ojos, se abalanzaron sobre él “macana” en mano, repartiendo golpes a diestra y siniestra...
Ya se pueden imaginar, lo que quedó del pobre Don Juan de Garay y sus compañeros de aventura.
Y el resto.. es otra historia...
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